lunes, 27 de mayo de 2013

“tiempos difíciles”

"AUSTERAS ILUSIONES
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Profile

Robert Skidelsky is professor of political economy at Warwick University. He is the co-author, with Edward Skidelsky, of How Much Is Enough: The Love of Money and the Case for the Good Life. His articles are brought to readers in co-operation with Project Syndicate




LONDRES – La doctrina que dicta que se debe imprimir dolor en el
presente con el fin de recibir un beneficio futuro tiene una larga
historia, misma que se remonta a Adam Smith y su exaltación de la
“parsimonia”. Esta doctrina es especialmente vociferante en “tiempos
difíciles”. En el año 1930, el presidente estadounidense Herbert
Hoover recibió el siguiente consejo de Andrew Mellon, su secretario
del Tesoro: “Liquide a los trabajadores, liquide las acciones en la
bolsa, liquide a los agricultores, liquide los bienes raíces. Esto
purgará la podredumbre del sistema… Las personas... vivirán una vida
más moral... y las personas emprendedoras recogerán la chatarra dejada
por las personas menos competentes”.

Para los “liquidacionistas” de la calaña de Mellon, la economía antes
del año 2008 estaba llena de tumores cancerosos – en la banca, en el
mercado de la vivienda, en las acciones de renta variable – los cuales
tenían que ser eliminados antes de que se pueda restaurar la salud. Su
posición es clara: el Estado es un parásito, que chupa la sangre vital
de la libre empresa. Las economías naturalmente gravitan hacia un
equilibrio de pleno empleo, y, después de una conmoción, lo logran con
bastante rapidez si no se lo impidiese la acción gubernamental mal
guiada. Es por esta razón que se oponen ferozmente al intervencionismo
keynesiano.

La herejía de Keynes fue negar la existencia de tales fuerzas
naturales, al menos en el corto plazo. Este fue el punto de su famosa
frase: “En el largo plazo todos estaremos muertos”. Las economías,
según lo que Keynes creía, pueden atorarse en períodos prolongados de
“equilibrio de subempleo”; en tales casos, se hace necesario que ellas
reciban un estímulo externo de algún tipo para aguijonearlas
enérgicamente y que puedan regresar a niveles de mayor empleo.

En pocas palabras, Keynes creía que no todos podemos abrirnos camino
hacia el crecimiento, al mismo tiempo. Creer lo contrario es cometer
la “falacia de composición”, Lo que es cierto para las partes no es
cierto para el todo. Si toda Europa está realizando recortes, el Reino
Unido no puede crecer; y si el mundo está realizando recortes, el
crecimiento mundial se detendrá.

En estas circunstancias, la austeridad es exactamente lo contrario de
lo que se necesita. Un gobierno no puede liquidar su déficit si la
fuente de sus ingresos, el ingreso nacional, es cada vez menor. Es la
reducción del déficit, no la deuda, la que está causando derroches,
porque implica el desperdicio de capital humano y físico disponible,
además de la miseria resultante.

Los defensores de la austeridad se basan en un – y solamente en un –
argumento: Si la contracción fiscal es parte de un programa de
“consolidación” creíble que tiene como objetivo reducir de forma
permanente la participación del gobierno en el PIB, las expectativas
de las empresas se verán alentadas por la perspectiva de menores
impuestos y mayores ganancias, de manera que la expansión económica
resultante compensará sobremanera la contracción de la demanda causada
por los recortes en el gasto público. El economista Paul Krugman llama
a esto el “hada de la confianza”.

El argumento a favor de la austeridad es simplemente una afirmación
pura, sin embargo, esta afirmación debería ser verificable; por esto,
los econometristas se han mantenido ocupados tratando de demostrar que
cuando el gobierno gasta menos, la economía crece más rápido. De
hecho, sólo uno o dos años atrás, el concepto de “la contracción
fiscal expansiva” se puso de moda y se canalizaron grandes esfuerzos
de investigación hacia probar su existencia.

Los economistas llegaron a algunas correlaciones sorprendentes. Por
ejemplo, “un aumento en el tamaño del gobierno en diez puntos
porcentuales se asocia con una tasa de 0,5 a 1% de reducción en el
crecimiento anual”. En abril de 2010, el líder de esta línea de
pensamiento, Alberto Alesina de la Universidad de Harvard, aseguró a
los ministros europeos de finanzas (assured European finance
ministers) que “incluso reducciones muy agudas en los déficits
presupuestarios fueron acompañadas y fueron seguidas de manera
inmediata por un crecimiento sostenido en lugar de ser seguidas por
recesiones, incluso en el muy corto plazo”.

Sin embargo, dos falacias viciaron las “pruebas” ofrecidas por Alesina
y otros. En primer lugar, debido a que los recortes tenían que ser
“creíbles” – es decir, grandes y decisivos – la ausencia continuada de
crecimiento podría ser atribuida a la insuficiencia de recortes. Por
lo tanto, la incapacidad de Europa para recuperarse “inmediatamente”
se atribuyó a la falta de austeridad, a pesar de que la reducción de
personal en el sector público ha llegado a un nivel sin precedentes.

En segundo lugar, los investigadores cometieron el archiconocido error
estadístico de confundir la correlación con la causalidad. Si usted
encuentra una correlación entre la reducción del déficit y el
crecimiento, la reducción podría ser la causa del crecimiento o
viceversa. (O ambos, la reducción del déficit y el crecimiento,
podrían deberse a otra cosa – devaluación de la moneda o aumento de
las exportaciones, por ejemplo.)

Un documento del Fondo Monetario Internacional del año 2012 (paper in
2012) desbarató el momento de gloria de Alesina. Revisando el mismo
material que Alesina revisó, los autores señalaron que “si bien es
plausible la conjetura de que los efectos de la confianza han
desempeñado un papel en nuestra muestra de consolidaciones, parece que
durante las crisis dichos efectos de la confianza nunca fueron lo
suficientemente fuertes como para hacer que las consolidaciones sean
expansivas”. La contracción fiscal es contractiva, y punto final.

Un ejemplo aún más espectacular de un error estadístico y
prestidigitación es la afirmación ampliamente citada de los
economistas de Harvard Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff acerca de que
el crecimiento de los países disminuye drásticamente cuando su ratio
deuda/PIB supera el 90%. Este resultado refleja la masiva
sobrevaloración de un país en su muestra y en su estudio también se
podía ver la misma confusión entre correlación y causalidad que se ve
en el trabajo de Alesina: los altos niveles de deuda pueden provocar
la falta de crecimiento, o la falta de crecimiento puede causar altos
niveles de deuda.

Sobre estos cimientos de economías zombies e investigaciones
desprolijas (descuidadas, grotescas) se basa la argumentación a favor
de la austeridad. De hecho, los impulsores de la austeridad en el
Reino Unido y Europa con frecuencia citan los resultados alcanzados
por Alesina y Reinhart/Rogoff.

Los resultados de austeridad han sido lo que cualquier keynesiano
hubiera esperado: casi ningún crecimiento en el Reino Unido y la
eurozona durante los últimos dos años y medio, y grandes descensos en
algunos países, una pequeña reducción de los déficits públicos, a
pesar de haberse realizado grandes recortes en el gasto, y deudas
nacionales más altas.

Otras dos consecuencias de la austeridad no reciben tanta atención. En
primer lugar, el desempleo prolongado no destruye sólo la producción
actual, sino que también la producción potencial al erosionar el
“capital humano” de los desempleados. En segundo lugar, las políticas
de austeridad han afectado a los que están en la parte inferior de la
distribución del ingreso con mucha más gravedad de lo que afectaron a
quienes se encuentran en la parte superior, simplemente porque los de
arriba dependen mucho menos de los servicios públicos.

Es por estas razones que vamos a permanecer en un estado de
“equilibrio de subempleo” hasta que se cambien las políticas en el
Reino Unido y la eurozona (y asumiendo que la política en los EE.UU.
no vaya a empeorar). A pesar del clamor de los consejos que llegan
desde las filas derechistas en cuanto a realizar recortes aún más
salvajes, los estadistas que son demasiado tímidos para aumentar el
gasto público actuarían con mucha sabiduría si hacen caso omiso a
dichos consejos.

Robert Skidelsky, Professor Emeritus of Political Economy at Warwick
University and a fellow of the British Academy in history and
economics, is a member of the British House of Lords. The author of a
three-volume biography of John Maynard Keynes, he began his political
career in the Labour party, became the Conservative Party’s spokesman
for Treasury affairs in the House of Lords, and was eventually forced
out of the Conservative Party for his opposition to NATO’s
intervention in Kosovo in 1999.

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